Detrás de cada reconocimiento y acto conmemorativo hay, también, un silencio, la decisión de dar voz a unos y quitársela a otros. ¿Qué esconden los discursos sociales sobre el rol de las mujeres en la guerra de Malvinas? Una investigadora del CONICET analiza cómo se construye la memoria colectiva a partir de los relatos públicos e institucionales.
“Fue llamativo ver la sorpresa de muchos al verme junto con otras cinco compañeras desfilando en un acto de veteranos. Ahí nos dimos cuenta que nadie sabía de nuestro paso por la guerra. No se había hablado de nosotras en esos más de 30 años, ni siquiera nuestros compañeros varones, que estuvieron haciendo el mismo trabajo, codo a codo, atendiendo a todos esos soldados”.
Sonia Escudero tenía 23 años cuando, en 1982, recibió la orden de viajar hacia Comodoro Rivadavia, en Chubut, para atender a los heridos de Malvinas. Se fue a despedir de su mamá en Córdoba y un 12 de abril partió, sin fecha de regreso en mente. Sonia fue una de las tantas enfermeras que protagonizó la guerra. Si bien se sabe de la participación de las mujeres en Malvinas, ¿cuánto se conoce de ellas y su historia? ¿Cuánta información se difunde sobre cómo llegaron a esos puestos o de cómo se encuentran en la actualidad? ¿El 2 de abril también se piensa en ellas?
Pocos de estos interrogantes generan respuestas afirmativas y la ciencia lo confirma. La doctora en Lingüística Paula Salerno, becaria posdoctoral del CONICET en el Centro de Estudios del Lenguaje en Sociedad (CELES) de la Universidad Nacional de San Martín, investigó durante años los discursos sociales en torno a la guerra de Malvinas y el rol de las mujeres en ella. Las conclusiones evidencian lo incompleta que resulta esta parte de la historia argentina.
“El discurso público, en general, siempre resulta muy laudatorio y emotivo. Se construye una memoria repleta de elogios, pero que cierra el proceso de la historia, no la complejiza y la limita a fechas conmemorativas. En otras palabras, no se reconoce que hay tantas versiones de la historia como personas involucradas y que muchas de ellas aún no hablaron, no son conocidas. Pero eso no quiere decir que hayan tenido la misma experiencia que el resto”, explica Salerno, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
“Esta memoria -agrega la especialista- se construye en función de la novedad y no abre debates sobre temas irresueltos o sobre problemas que ellas afrontan aun hoy en día. Hay una tendencia a homologar sus vivencias y borrar las diferencias tanto de sus experiencias pasadas como de sus reclamos actuales. Sus historias no están bien representadas porque no contemplan el sentido abarcativo”.
Sonia se acuerda del nombre y apellido de cada una de las mujeres que compartieron con ella aunque sea un par de días dentro de esos dos meses que prestó servicio. Asegura que su experiencia y la de cada una de sus colegas fue y sigue siendo distinta y única. “Había mujeres en las tres fuerzas -Ejército, Aérea y Marina- y no todas eran enfermeras ya recibidas, no todas habían hecho carrera militar, ni siquiera todas eran mayores de edad”, destaca Escudero que, terminado el conflicto, continuó sirviendo en la Fuerza Aérea por casi 36 años.
“En mi caso, y en el de mis compañeras de la Fuerza Aérea – rememora-, teníamos formación profesional y militar. Había estudiado enfermería y había recibido instrucción militar de orden cerrado y de cuerpo a tierra, de manejo de armas y ametralladora. Nosotras estábamos de fajina, con borceguíes, el casco y el armamento al lado porque, si ocupaban el continente, teníamos que disparar. Sin embargo, mis colegas del Ejército eran instrumentadoras quirúrgicas y las de la Marina eran auxiliares o estudiantes de enfermería, es decir, eran personal civil”.
La falta de representatividad y de reconocimiento
La historia se construye con los relatos de algunas personas, pero rara vez este proceso cuenta con todos los puntos de vista existentes. Para sorpresa de nadie, siempre tienen más lugar las voces poderosas y, para Salerno, este es un punto de conflicto. “Tenemos que dejar de pensar a los sucesos como algo que termina en lo que dicen los libros de historia, la gente de poder y los medios de comunicación”, resalta.
“Los relatos de estas mujeres son evidencia de la falta de representatividad que hay. Yo misma dejé de estudiar el tema desde lo que mostraban los medios y escuché a estas mujeres que desafiaban la ya conocida historia oficial. Lo importante no solo es saber que existieron, sino cómo lo hicieron, cómo están hoy, cómo se sienten. Esto no está en los discursos poderosos y está bueno pensar en eso que hay detrás. Es necesario incomodarse”, asevera Salerno.
En sus investigaciones, la becaria posdoctoral del CONICET distingue una tensión entre la configuración de esta memoria laudatoria y una más combativa. “En la primera, el discurso se centra en los reconocimientos alcanzados, pero se clausuran las fricciones sobre el pasado bélico y los reclamos vigentes. En la segunda, se marca un carácter procesual que no oculta las demandas de las distintas mujeres, y que no solo replica las experiencias vinculadas con valores tradicionales como el amor a la Patria, sino que, también, expone aquellos relatos que son menos propicios para la efeméride porque denuncian abusos o cuestionan decisiones”, detalla la doctora en Lingüística.
Como destaca Sonia en su relato, que esas experiencias positivas o negativas hayan tenido lugar no implica que haya sido la realidad de la totalidad de las mujeres. De ahí la importancia de lograr una representatividad en los discursos. “Algunas de nuestras compañeras han sido reconocidas en todas las instancias, pero no es el caso de todas”, destaca.
En su caso, como en el de muchas de sus compañeras, Sonia recibió una medalla y un diploma del Honorable Congreso de la Nación y un diploma de la Fuerza Aérea, por ser veterana de guerra. Sin embargo, salvo cuatro o cinco excepciones, las enfermeras aun no recibieron el reconocimiento económico que les otorga la pensión vitalicia por haber participado en el conflicto bélico. Esta información no suele estar presente en los relatos oficiales porque, como señalaba Salerno, no son funcionales a los objetivos de la efeméride.
“El discurso social tiene la función de producir y fijar legitimidades, por lo que contribuye a hacer la realidad. De allí su importancia. A partir de los movimientos y demandas feministas, se pudieron empezar a escuchar otros testimonios y ellas mismas pudieron comenzar a reivindicar su lugar en un ámbito y una historia muy vinculada a lo masculino. Ahora es nuestro deber darles relevancia y atención y cambiar este escenario”, concluye la investigadora.
Fuente: Agencia CTyS-UNLaM