Cuando en Villa la Angostura regía la ley del revolver y “apareció” el plesiosaurio

Los primeros policías no solo debían afrontar a los pobladores armados, sino también los ataques de los bandoleros chilenos que cruzaban seguido la cordillera.

Los primeros años del Paraje Correntoso, hoy más conocido como Villa la Angostura, no resultaron nada fáciles para los pioneros que, a falta de abogados y Juzgados, resolvían sus diferencias de manera mucho más expeditiva: a los tiros, o incluso con cartuchos de dinamita. Escribe Yayo de Mendieta. 

A principios del siglo pasado no era nada sencillo radicarse en la naciente Colonia Agrícola Ganadera Nahuel Huapi donde el paraje Correntoso apenas contaba con algunas familias dispersas en torno al Nahuel Huapi y el lago Correntoso.

Primo Capraro, pionero y uno de los fundadores de Villa la Angostura, recordaba de puño y letra algunas de las situaciones complicadas que le tocaba vivir con bandoleros extranjeros, algunos norteamericanos que llegaron soñando con la “fiebre del oro”, pero en su gran mayoría chilenos, que cruzaban la cordillera y azotaban nuestra región casi a diario.

“Un día llegamos al boliche, o casa de negocio y almacén de ramos generales donde nos convidaron a cenar y pernoctar. En la casa había bastantes clientes desagradables, ebrios y armados, y entre ellos un norteamericano alto, rubio corpulento y con voz cavernosa: Martín Sheffield. Minero que sabía hacer saltar, de un disparo, un botón de los zapatos, quitar un pito de la boca o el sombrero con su revólver a quien él se le antojaba burlar. Broma medio pesada, pues la boca, el pie y la cabeza están demasiado cerca del pito, botón o sombrero que llevaba puesto”, decía.

No es menor el dato que por aquellos años era legal portar armas, basta la lectura de una norma otrora vigente que establecía que “la Policía no podrá prohibir o restringir el derecho de llevar armas; en consecuencia, ninguna persona será registrada con el objeto de averiguar si lleva armas consigo, pero no podrá llevarla a la vista”.

El inmigrante italiano, que se radicó por iniciativa de Federico Baratta en el lote Pastoril Nº 8 , recuerda también que se encontraba viviendo “en un lugar salvaje y hostilizado por la voracidad de una Compañía que se ha adueñado de centenares de leguas de campo y de bosques riquísimos”.

Fue así como un día descubrió a una cuadrilla de hachadores dispuesta a cortar los árboles de su lote, donde hoy se encuentra construido el Hotel Correntoso. Capraro se apresura por llegar a su modesta vivienda –ver foto- y regresa con cartuchos de dinamita asegurando a los gritos que “al primer hachazo los hago volar a todos”.

Foto: Martin Sheffield, buscador de oro, se radicó en el Nahuel Huapi y era famosos por su puntería

En otra oportunidad descubre que están construyendo un cerco de postes dentro de su propiedad, los desentierra y espera con paciencia a la cuadrilla apoltronado con una carabina. Al acercarse disparó varias veces de manera intimidatoria y “rápidamente desistieron y no regresaron más”. Hay que reconocer que Primo Capraro tenía una personalidad muy particular.

Como si fuera poco, Sheffield aseguró que había encontrado huellas de un animal de gran porte en la zona del lago Epuyén. Declaró que incluso había llegado a verlo: “tenía cuello largo y cabeza de cisne. Su cuerpo es de cocodrilo y nadaba como una tortuga”, y le envió esta descripción en una carta a Clemente Onelli, por entonces Director del Jardín Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires

Esta afirmación hizo que Onelli organizara una “expedición” en busca de este animal milenario, pero por supuesto nunca encontraron nada, pero la historia tomó difusión nacional y ratificó que esta zona del Nahuel Huapi estaba desbordada de misterios y anécdotas dignas de una película del far west.

Otra anécdota que lo identificaba en pleno, en esta particular forma de ser de Primo Capraro, ocurrió sobre fines de diciembre de 1904 cuando en el paraje Correntoso se realizaba una yerra. Los presentes lo desafiaron a montar un potro salvaje, que apenas, podían sujetar los peones.

Sin dudar, Primo Capraro se sube de un salto sobre el potro, pero a su vez “le sueltan la yeguada campo afuera y el italiano corcovea también en la fuga no esperada. No se les despegó a las yeguas de tozudo que era – quizás porque el animal lo sentía como un Rodas que lo aplastaba – y la tropilla se volvió convencida que el gigante la arriaba. El jinete retornó como un centauro peninsular, entonces consagrado en héroe entre el gauchaje”.

Aquellos tiempos de esta hermosa Villa la Angostura, tan distinta a la actual, donde lo destacado no era el paisaje, sino los personajes que forjaron un futuro en esta tierra que ya prometía ser el sueño de muchos.

Yayo de Mendieta

Villa la Angostura

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