El histórico reclamo de la familia Pinuer a 45 años de su injusto desalojo

Viviana Murer Pinuer junto a su tío Nicolás (esposo de Clarina Pinuer) y su primo Daniel alimentando a las gallinas en Punta Pinuer – colección Pinuer

 

Hace dos años, Viviana Murer Pinuer nos enviaba una reseña de las historias de su familia en Punta Pinuer, el recuerdo de doña Julia Zumelzu y don Víctor Pinuer.

La historia de los Pinuer en la península Panguinal rebautizada por los pobladores del perilago Nahuel Huapi como Punta Pinuer, terminó de forma trágica con el desalojo de don Víctor con 80 años, luego de haber trabajado toda su vida junto a sus hijos en moldear una de las poblaciones más bellas de la región norte del Nahuel Huapi. Un verdadero Jardín Botánico, lleno de especies arbóreas de todas partes del mundo. Fueron plantadas por José Diem junto a don Víctor a principios de la década del 30 del siglo pasado.

El desalojo ocurrió durante la última dictadura militar en 1978.

Don Víctor murió de tristeza  y desarraigo poco tiempo después en la ciudad de Neuquén.

Foto: Cruzando la cordillera don Sabino Martínez y don Víctor Erasmo Pinuer por paso Millaqueo,– 1951 – colección Lorenzo Martínez

Las consecuencias de la Diáspora familiar surca los rostros de los hijos y nietos y un pedido de justicia resuena en el gran Lago.

Si no conocés la historia, preguntale a cualquier vecino nacido y criado y que te cuente sobre la legitimidad del reclamo.

Hoy a 45 años del funesto desalojo solicitamos a Parques Nacionales que permita el retorno de la querida familia Pinuer a su terruño.

Memorias de Península Panguinal, Punta Pinuer

Por Viviana Murer Pinuer

 Foto: Viviana Murer Pinuer y su madre Victoria Pinuer en la puerta de su casa en Punta Pinuer – colección Pinuer

 Mi testimonio, comenzaría en un orden cronológico,  inverso por decir.

 Hoy en día lo que se ve de Punta Pinuer o el campo de los abuelos , como lo llamamos en la familia, está tan hermoso como 60 años atrás y más también; su playa es única y extensa, cálida; invita a hacer una parada y recorrerla a pié, tirarse en la arena tibia, mirar hacia el lago y ahí, los ojos se colman de un paisaje de contrastes de colores y texturas que, calma, enamora, hipnotiza al punto de olvidar cualquier problema que uno tenga.

 Sin dudas un regalo de la naturaleza, una gracia de la creación.

 Al girar y entrar hacia el campo propiamente dicho; los años de desatención, el paso de las cenizas del volcán, las malezas y una gran cantidad de nuevos pinitos, cambiaron considerablemente lo que supo ser una pradera limpia prolija.

Ahí están los arboles frutales de pie deseosos de ser cuidados, para dar buenos frutos nuevamente, cerezos, manzanos, perales, ciruelos, nogales, castaños, tilos, hasta  la madreselva perdió el sentido y está trepada en un manzano.

 Pensar que comíamos directamente  del árbol  la rica fruta; sin dudas falta la mano humana para devolverle ese encanto tan cuidado que tuvo por tantas y tantas décadas.

 Mi mente de nieta que vivió ahí sus primeros años y volvía después de la época escolar, recuerda al abuelo don Víctor Erasmo, hombre delgado, erguido, decidido y alentado para hacer cada día su rutina; prender el fuego en la majestuosa cocina de hierro, calentar dos pavas grandes llenas de agua, tomar un par de amargos y salir para el corral a ordeñar las vacas, los terneros estaban deseosos de ser los primeros en alimentarse.

Volvía de allá  con un fuentón de aluminio lleno de esa maravilla blanca y espumosa.

 Después iba al gallinero, de ahí traía en una lata de 5 litros de aceite  tipo balde, unos cuantos huevos aun tibios recién recolectados, un par de amargos más, un poco de leña más al fuego para mantenerlo  y por ahí con un silbido  llamaba a los perros, que llegaban moviendo la cola felices de lo que venía, él montaba su caballo y los fieles ladrando a su lado, para ayudar a llevar los animales a pastar  o a las canoas de sal.

Ahí iba don Víctor, su amor, su mujer, esposa  y madre de sus 12 hijos, dejó este mundo siendo muy joven con tan solo 54 años a raíz de una enfermedad pulmonar.

Cuenta mi madre, Victoria Pinuer  que era una mujer muy compañera, trabajadora, amable, servicial y con una educación, la cual destaca considerablemente porque ella enseñaba a sus hijos a leer y escribir, cuando podía, ya que todos fueron a la escuela ya sea en el Rincón, a caballo, ahí, un gendarme les daba clases y más adelante ya se iban al colegio 104 de Villa La Angostura. Ahí quedaban pupilos bajo el cuidado de los directores del establecimiento.

Continuando con doña Julia cabe resaltar que no abría una canilla y salía agua, no tocaba una perilla y encendía la luz, no tomaba un encendedor  y prendía una hornalla, no seleccionaba un programa y lavaba  la ropa, no entraba al baño y abría una ducha calentita.

Así y todo crio hasta donde la vida y el cuerpo se lo permitieron, a sus doce hijos, atendió a su esposo y era además una gran anfitriona para las visitas, no se iba nadie sin comer algo calentito.

Foto: Julia Zumelzu en Punta Pinuer – colección Pinuer

 ¿Una mujer o una heroína? Una mujer heroica, eso fue Julia Zumelzu, oriunda de Cuyin Manzano.

 Ay, ay… si ese  campo hablara, si el nogal o el tilo testigos silenciosos de ver crecer tantos críos, pudieran hablar…

 Sufrimos su soledad y abandono, sufrimos la injusticia de aquel desalojo, cruel, repentino, despiadado y desconsiderado que sufrió la familia y que le costó la salud emocional  y mental de don Víctor.

Triste fue verlo en la ciudad (Neuquén capital) sin entender que ya no habían animales que buscar, huerta que regar, arroyo para lavar su cara, caballo para montar .

 Su paisaje cambió drásticamente de esa paleta de colores azules, verdes, amarillos y blancos, a unas paredes de material con unas calles grises de asfalto, salía afuera  buscando el sol como queriendo encontrar una respuesta, como pretender que habiendo vivido casi 80 años en un campo ahora estaba rodeado de gris asfalto. 

Hasta su ultimo día insistió en levantarse para ir a buscar sus animales, se fue sin entender tanta crueldad, sin saber porque lo desterraron tratándolo de intruso, humillado, herido en lo más profundo de su ser por un señor sin rostro( por decir) en la época de Onganía, y la dictadura militar.

 Firmó su desalojo pero no solo eso; firmó su sentencia de muerte. Porque el dolor lo deterioró como una enfermedad terminal.

 Acá estamos sus descendientes, hijos, nietos y bisnietos. Todos unidos con un mismo anhelo, que se haga justicia, por medio de un reconocimiento a la familia, para poder reacondicionar, cuidar, disfrutar y permitir que otras personas tengan el honor de visitar esas tierras con senderos inigualables.

 Confiamos y apostamos al dialogo, al respeto, con quienes corresponda. 

Queremos cuidar y preservar ese lugar para las futuras generaciones como lo hacía don Victor Erasmo Pinuer

Queremos honrar la memoria de nuestros abuelos don Víctor Erasmo Pinuer y doña Julia Zumelzu.

  Hijos:

Placida, Clarina, Manuel, Julio, Elena, Eva, Victoria, lino, Victoriano, José Ignacio, Horacio, Héctor Argentino.

 Nietos:

Silvana,  Mariana, Daniel, Claudio, Cristián, Kevin, Malvina, Julia, Antonio, Martín, Karina, Carlos, Marcelo, Marina, Claudia, Elizabeth, Roxana, Roberto, Lucas, Alberto, Alejandro, Walter, Leandro, Erasmo, Jhon, Gisell, Sebastián, Diego, Jorge, Cristina, Eduardo,  Wanda, Carlos Alberto, Miguel  Ángel, Viviana.

Foto: Héctor Pinuer bajo la gigantesca secuoya gigante en Punta Pinuer – colección Archivos del Sur

 Entendemos desde Archivos del Sur, subcomisión de la Biblioteca Popular Osvaldo Bayer de Villa La Angostura que el área Punta Pinuer es un lugar de gran interés para Parques Nacionales por lo cual proponemos una mesa de diálogo que discuta una variedad de temáticas con el fin de poner en valor esta zona y encontrar la mejor manera para que el área sea conservada.

 Al mismo tiempo se debe reparar la injusticia del desalojo y la diáspora posterior de la familia Pinuer.

Archivos del Sur – Villa La Angostura

 

 

 

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