Puerto Manzano, aquella próspera estanzuela que tenía un hospedaje y era cita obligada para tomar el té

Una imagen muy distinta de Puerto Manzano, a la que hoy tiene con un perfil netamente turístico.

Se sembraron 15 hectáreas de trigo y otras 20 de avena, además de un registro de 210 vacunos. Fue propiedad de una maderera, pero luego fue cambiando de dueños, y así pasaron Cristián Boock, Leonardo Ardüser y Pablo Buol, para finalizar en manos del excéntrico escocés Ernesto Jewell, quien transformó el lugar para encuentros con visitantes aristocráticos de entonces. Escribe Yayo de Mendieta. 

 

Cuando apenas se iniciaba el siglo XX, la Compañía de Maderas del Neuquén, explotaba el área de Puerto Manzano, donde tenía una pequeña proveeduría para atención a su propio personal, los escasos pobladores que habitaban en la zona, o eventuales viajeros en su paso hacia o desde Chile.

El trabajo de esta empresa generó no pocos reclamos por parte de los primeros colonos, entre ellos Federico Baratta quien cuestionaba “¿cómo se entiende que esta compañía usufructúa en toda la costa norte en miles y miles de hectáreas con el consiguiente gravamen para los colonos que estamos protestando a viva voz?, porque a este paso no les dejarán ninguna riqueza en el suelo, ni paciencia para trabajar cuando todo el mundo manda en la tierra que se les concede”.

El 1905 la Compañía de Maderas del Neuquén cesa en su actividad y vende la propiedad a otro colono extranjero habitante de la zona: el alemán Cristián Boock, quien había tramitado la compra de tierras ante la Dirección de Tierras y Colonias. Así se radicó en Puerto Manzano y en solo dos años en la propiedad se habían realizado importantes mejoras, en ese lote pastoril n° 15 que contaba con una superficie de 625 hectáreas.

Book realizó la construcción de tres casas con numerosas habitaciones (diez en cada una), galpones, y más de cinco kilómetros de cercos perimetrales. La tarea agropecuaria era febril, se sembraron 15 hectáreas de trigo y 20 hectáreas de avena, una enorme huerta, en su mayoría papas y hortalizas, para el uso de la familia y los eventuales huéspedes. La ganadería también era sostén de la economía familiar contando con más de doscientos vacunos, además de caballos y bueyes. El muelle comprendía la obra necesaria para la comercialización de los productos, debido a que toda la economía se desarrollaba a través de los barcos, la vía común de comunicación con el naciente pueblo de “San Carlos”.

Foto: El vapor “Condor” amarrado en Puerto Manzano.

Como hecho anecdótico se encuentra la construcción de un palomar. Esta fue una iniciativa del por entonces capitán del Ejército Mariano Fósbery, quien tenía a su cargo el destacamento del 3er. Regimiento de Caballería con asiento en Ñirihuao. Surgió como una propuesta del militar para comunicarse en forma rápida con el Destacamento y la construcción de Puerto Manzano, último punto estratégico cerca del límite fronterizo con Chile.

Posteriormente la propiedad pasó a manos de los suizos Leonardo Ardüser y Pablo Buol, quienes adquirieron el lote el 29 de septiembre de 1913. Los nuevos dueños continuaron con la explotación agropecuaria y el hospedaje. Las instalaciones eran de buena construcción y el sitio de encuentro entre los colonos de la zona. Asimismo, le dieron mayor impulso a la explotación, sembrando gran cantidad de árboles maderables (la industria maderera era un muy buen negocio), además de gran variedad de flores y rosales, lo que transformó al sector en un área de extrema belleza y color al llegar la primavera.

Foto: Arreo de ganado en la actual Península de Puerto Manzano.

Posteriormente e invitado por sus coterráneos, llega al lugar otro suizo que se suma al emprendimiento: Alberto Rahm, quien con su familia se especializó en la elaboración de dulces, jaleas y licores con la materia prima cultivada en el lugar. Para ese entonces Puerto Manzano era un sitio de paso obligado de las primeras excursiones – muy esporádicas – que se realizaban en barco por el Nahuel Huapi.

Fue así como un turista escocés Ernesto Jewell, quien residía en Hurlingham (Buenos Aires) en forma permanente, al conocer el lugar decidió que era allí donde quería vivir y entonces compró la propiedad en $ 45.000 m/n un 22 de febrero de 1921, extendiéndose la escritura a través de la Escribanía del doctor Mario Novarro.

Al recibir la propiedad, las construcciones existentes podían detallarse una casa principal de troncos enteros, y en parte de tablas, de 6 piezas y accesorios, en dos plantas, casa de capataz compuesta de tres piezas de madera, cremería y una pieza. Un galpón de 14 x 12 metros y altillo. Bodega (dos piezas). Porqueriza, gallinero, carpintería con sótano, depósito y otras dependencias que se encontraban aseguradas por un total de $ 20.400 m/n.

El nuevo titular, don Ernesto Jewell transformó la bahía, en el lugar obligado para tomar el té, siendo visitado por personalidades muy conocidas como Exequiel Bustillo, Luis y Carlos Basualdo Ortiz, Aarón de Anchorena, (pionero del vuelo en Globo en la Argentina) Lynch, y diversos visitantes que pertenecían a la alta sociedad de la década del treinta.

Ernesto Jewell era reconocido por su extravagante y fuerte personalidad, muy activo y participativo, fue presidente del, por entonces, aristocrático Club Hurlinghan, y formaba parte de numerosas comisiones de fin benéfico y cultural mientras residió en Buenos Aires. Fue elegido miembro titular de la primera Comisión Pro-Parques Nacionales de Sud, movimiento que más tarde daría forma en la Dirección de Parques Nacionales y que presidiría durante diez años su amigo Exequiel Bustillo.

Enfermo, Ernesto Jewell decidió regresar a cuidar su afección a Buenos Aires, donde falleció. Así se cerró una etapa de este sector de Villa la Angostura que supo ser una próspera estanzuela y que tenía un perfil tan distinto al que hoy tiene, netamente turístico.

Yayo de Mendieta

Extractos de su libro “Una aldea de montaña” (2002)

Villa la Angostura

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