Historias neuquinas desconocidas: El milagro y la aparición de la Virgen que reactivó la misión jesuítica “Nahuelhuapi”

Ocurrió en 1703 cuando la Virgen se le apareció al jesuita Felipe de la Laguna y le dijo “quiero de ti que vayas a tratar de la Misión de los Puelches y Poyas”. Le advirtió que no podrían salir los barcos hasta que esto no se concrete… y así fue, luego de varias negativas de sus superiores y al decirles que la misma Virgen impedía que se normalizara la actividad portuaria. Conseguida la autorización, esa misma tarde cambió bruscamente el clima y permitió que salieran los navíos luego de varios meses en que ningún barco había podido zarpar. Escribe Yayo de Mendieta.

 

En marzo de 1703 el jesuita Felipe de la Laguna fue citado a viajar a Santiago de Chile para dar su examen de Universa Philosophia et Teología, de acuerdo a las pautas establecidas para obtener el cargo que se le había ofrecido como Vice Rector en el Colegio de Castro (Chiloé).

Fue cuando este misionero tuvo la aparición de la Virgen y él mismo escribió de puño y letra tras “una fuerte emoción interior” y le dijo “Yo no te hice Rector para que te quedases en Chiloé, sino para habilitar tu persona y facilitar que pases a Santiago. Quiero de ti que vayas a tratar de la Misión de los Puelches y Poyas, y que trabajes en la demanda hasta morir, dejando lo demás a mi providencia. Para esto está detenido este navío aquí tantos meses, sin salir por los vientos contrarios. Luego tendrá buen tiempo y hará el viaje”.

No es menor el dato que le dice “que trabajes en la demanda hasta morir“, pues este jesuita fue asesinado y dejó su vida precisamente en la Misión Nahuelhuapi, al igual que los otros tres misioneros que estuvieron a cargo de esta misión: Nicolás Mascardi, Juan José Guillelmo y Francisco de Elguea. Los cuerpos de dos de ellos aún hoy están enterrados a orillas del Nahuel Huapi, en la actual Península Huemul.

La situación de no haber actividad portuaria durante tanto tiempo era tan inusual como preocupante, la Isla de Chiloé se abastecía y comunicaba solo por vía lacustre, saliendo y llegando los barcos en forma semanal como algo habitual.

Luego de esta aparición Felipe de la Laguna se acercó convencido al puerto con intenciones de partir hacía Santiago de Chile, pero el Maestre le dijo que no era posible ante la falta de vientos favorables; fue entonces que el misionero le aseguró con una sonrisa ”no se aflija, que Dios le detenía para que me llevase, que luego tendremos viento sur favorable”. Una vez embarcado, ante la sorpresa del Maestre, el pronóstico se cumplió con creces abruptamente y ese mismo día: “pues entró el viento que se deseaba, que en breve los puso en el puerto de Valparaíso, de donde pasó a Santiago, y llegó a principios de abril”.

Al llegar a Santiago de Chile “fue muy bien recibido por sus Superiores”, aunque el jesuita les anticipó que su viaje se debía, no ya para su examen, sino para lograr la autorización para fundar nuevamente la Misión de los Poyas a orillas del Nahuel Huapi. Su Provincial, el Padre Simón de León, sorprendido por su decisión, le propuso que “realizara ambas cosas, que la una no se oponía a la otra, pues para todo había tiempo y que los Superiores le traían para un fin, y Dios para otro”.

Sujetándose al consejo de su Provincial empezó a repasar los puntos de las materias que le señalaron y en menos de un mes estuvo en condiciones de presentarse ante los cuatro examinadores.

Finalmente, el 9 de mayo de 1703 [1] rindió satisfactoriamente el examen, y pudo entonces gestionar ante el Gobernador don Francisco Ibáñez de Peralta la autorización para reestablecer la Misión Nahuelhuapi.

El pedido a los superiores  

Sobre este momento crucial de su vida el mismo Padre de la Laguna escribiría de puño y letra que “hace algunos años que con particular vocación y singular disposición de su misericordia, me llamaba Dios a la conversión de los indios llamados Poyas y Puelches, situados del otro lado de Chiloé, y del otro lado de las montañas de los contornos del Nahuelhuapi”.

Destacó que “la memoria reciente de las virtudes heroicas del Padre Nicolás Mascardi (asesinado en febrero de 1674) que había hecho nacer y crecer en mí el deseo de recoger lo que había sembrado, y como es muy fecunda la sangre de los mártires, no dudaba que había de hallar una dichosa y abundante mies. Sin cesar suspiraba por esta amada Misión, y encerraba en el fondo de mi corazón estos santos deseos, sin atreverme a darlos a conocer, porque mirando las cosas con los ojos de la prudencia humana, me parecía casi imposible mi intento”.

“No obstante, como venía de Dios mi vocación, me puse en sus manos y le dejé el cuidado de disponer los medios más convenientes para la ejecución de los designios que me inspiraba. Di parte al Padre Provincial del ánimo que me había inspirado la Virgen de establecer una nueva Misión en Nahuelhuapi; aprobó mi resolución y me dio palabras de apoyarla con todo su poder; me puse en movimiento para asegurar el suceso de tan grande obra”,

Continúa detallando en sus escritos “había dificultades casi invencibles: nada podía yo hacer sin el beneplácito del Gobernador de Chile[3], y éste caballero estaba opuesto a los nuevos establecimientos, o por el sentimiento que tuvo al ver a muchos abandonados por no haberlos podido mantener [refiere a los Padrea], o porque estando sin dinero el erario del Rey, no podía hacer los avances necesarios de caudal para fundar una nueva Misión. En tan triste circunstancias clamé con confianza al Señor, que es el dueño de los corazones, haciendo votos de decir treinta misas y ayunar treinta días a pan y agua en honra de la Santísima Trinidad si alcanzaba el permiso del Gobernador”.

El papel perdido que cambió la historia 

Felipe de la Laguna relata que “escribí mi voto en un papel[4], y habiéndolo perdido, cayó en manos de un sujeto, quien, sin saberlo yo, lo llevó al Gobernador. Poco días después habiendo encomendado con mucho fervor este negocio a Nuestro Señor, me sentí tan lleno de confianza de salir bien en mi intento que me determiné a hacerle una visita. Saliendo de casa dije a un amigo mío que encontré que iba al Palacio, y que no volvería al Colegio sin la Licencia que iba a pedir. En efecto habiendo pedido audiencia, me condujeron al cuarto del señor Gobernador, quien estaba leyendo el voto que había hecho, y sin esperar que le hablase me dijo: váyase Padre mío, su negocio está concluido y esté persuadido que cooperaré a su celo en cuanto en mí dependiere, según las órdenes e intenciones del Rey, mi amo; váyase a ganar almas para Jesucristo; pero sin olvidarse de encomendar a Dios a Su Majestad y a mí”.

De ese feliz momento el Padre de la Laguna recuerda: “debo decir a Su Rey que jamás sentí gozo interior ni consuelo más puro que aquel que me llenó el corazón en ese instante, y desde entonces me premió la Virgen de antemano muy liberalmente las penas y fatigas que había de padecer por su amor en el viaje que emprendía para llegar al lugar de la misión”.

Una generosa colecta para reconstruir la iglesia a orillas del Nahuel Huapi

Una vez divulgada la noticia del restablecimiento de la misión jesuítica logró el apoyo de los habitantes pues como “partía a los poyas, a fundar casa e iglesia y predicar el santo evangelio, que todos celebraron y muchos concurrieron con sus limosnas para que el Padre se aviase de lo necesario para aquella nueva Misión (…) pues en espacio de solo tres meses, se recogieron mil pesos, y las alhajas necesarias para la casa e iglesia, y al fin de ellos se halló desembarazado para poder emprender su viaje”.

El Padre De la Laguna comenta que los fondos reunidos “sirven para cubrir los gastos de las provisiones para mi viaje, y compré algunos ornamentos para mi nueva iglesia, así como algunas curiosidades para hacer cortos regalos a los indios”.

En lo que a los fondos que España debía otorgarle a los jesuitas en carácter de sínodo, éstos fueron recortados en varias oportunidades en represalia por su constante lucha en contra de la encomienda, una forma legal que tenían los españoles para esclavizar a los indígenas y tenerlos como prisioneros. La Compañía de Jesús, fue la única orden religiosa que durante los siglos XVII y XVIII, elevó su voz en contra de este sistema de dominación humana.

Basta recordar que en 1669, y solo por dar un ejemplo, se redujo el sínodo de los misioneros en un 50 % (de mil pesos a quinientos), y posteriormente en 1702 “por muchos que éstos fueran, se les otorgó un total de cuatro mil ochocientos pesos. En 1723 para siete misiones y doce padres que las servían, la rebajaron a tres mil novecientos cincuenta y dos pesos con seis reales y medio”[5].

El 23 de agosto de 1703 salió Felipe de la Laguna desde Santiago hacia la Misión de los Poyas y los Puelches, en compañía del sacerdote designando como su compañero: el Padre José Manuel Sessa[6].

Tres meses de duro camino de regreso al Nahuel Huapi

No sería nada fácil el camino a recorrer, de hecho, las penurias comenzaron a pocos días de travesía cuando Sessa cayó gravemente enfermo. Imposibilitado de poder continuar, este sacerdote debió desistir del viaje y fue derivado, en compañía de dos indígenas evangelizados, al Colegio de Castro en Chiloé.

De esta manera se reactivaba esta misión jesuítica que había sido abandonada tras el asesinato de Nicolás Mascardi, en 1674.

Sobre este accidentado viaje el mismo misionero escribe en su diario “no puedo explicar las aventuras molestas y contratiempos que nos sucedieron, ni los trabajos que pasamos en casi doscientas leguas que anduvimos por caminos impracticables, atravesando torrentes y ríos, montes y bosques, sin socorros y sin guías, en una total falta de todas las cosas. Cayó enfermo mi compañero de una fuerte calentura en la mitad del camino, lo que me obligó a enviarle al camino más cercano, con algunos de los que nos acompañaban, y con eso me quedé casi solo, y abandonado en medio de estos indios feroces, a quienes el nombre español es tan odioso, que quien por desgracia cae en sus manos no puede librarse de su furor y crueldad; pero me sacó el Señor de todos estos peligros de un modo maravilloso, después de haberme juzgado digno de padecer algo por su amor en un viaje de casi tres meses, llegué, pues, con mucho aliento y salud al término deseado de mi Misión Nahuelhuapi”.

El 23 de noviembre de 1703 el padre Felipe De la Laguna llegó a orillas del lago Nahuel Huapi, e iniciaría el trabajo de evangelización entre la comunidad indígena de los Poyas y los Puelches, refundando la Misión Nahuelhuapi.

La Misión Nahuelhuapi comenzaba de esta manera una nueva etapa de prosperidad que comprendió la construcción de una iglesia, corrales, galpones para el alimento de vacas y ovejas, sembradíos de trigo y cebada, frutales, una biblioteca con más de 300 libros originales y más de 200 Poyas y Puelches que la habitaron en forma permanente…pero esto ya es parte de otra historia….

Yayo de Mendieta

*De su libro “La Misión Nahuelhuapi 1670-1717”

Villa la Angostura

[1] Consta en la carta que enviara el Padre Miguel Ángel quien certifica la fecha. Historiadores de Chile i Documentos Relativos a la Historia Nacional. Tomo VII. Santiago de Chile.

[2] El Hermano Alfonso López nació en un pueblo de Castilla en 1633. En 1666 pasó a Chile como hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, después de haber hecho su noviciado en la Casa de Cádiz. Pasó su primer tiempo en el Colegio de Mendoza, donde adquirió fama de hombre humilde, servicial y místico. Fue trasladado más tarde al Colegio de Bucalemú. La fama de que había tenido visiones de la Santísima Virgen hizo que mucha gente lo consultara y acudiera a él con toda clase de dificultades, entre ellos el Obispo de Santiago: Francisco de la Puebla, y el Gobernador de Chile: Ibáñez de Peralta. Murió el 27 de noviembre de 1715 en el Colegio de San Miguel de Santiago, dejando fama de gran santidad. El jesuita Bel escribió su vida.

[3] El Gobernador de Chile en aquellos años (1700-1708) era don Francisco Ibáñez de Peralta, oriundo de Madrid. Su administración no fue muy afortunada y finalmente cayó en desgracia con el Rey, quien le designó sucesor en la persona de don Juan Andrés de Ustáriz. Ibáñez de Peralta murió como hermano coadjutor de la Compañía de Jesús en Lima, Perú.

[4] Se puede leer textualmente: “Yo, Felipe De la Laguna de la Compañía de Jesús, prometo a la Santísima trinidad, delante de María Santísima y de toda la corte celestial, que diré treinta misas y ayunaré treinta días a pan y agua para la prosperidad eterna y temporal del Señor Gobernador y Presidente Don Francisco Ibáñez de Peralta, caso que me concediese hoy lo que vengo a pedirle a favor de los indios puelches y poyas”.

[5] Memoria del Sr. Virrey Don José Armendáriz.

[6] El Padre José Manuel (algunos documentos lo refieren como “José María”)  Sessa o Sesa, nació en Chile en 1670. Después de largos años de vida misionera, falleció en 1747 contando con 77 años de edad.

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