Historias y anécdotas desconocidas: se cumplen 320 años de la refundación de la Misión “Naguelhuapi” a orillas del “gran lago”

El etnólogo, historiador y Director del Museo de La Plata Milcíades Alejo Vignati que arribó en marzo de 1933 a estancia Huemul de Nahuel Huapi, propiedad de Aarón Anchorena y sus sobrinos Ortiz Basualdo, investigó pictografías y realizó exhumaciones de enterratorios de la "Misión Naguelhuapi"

Los jesuitas Juan José Guillelmo y Felipe de la Laguna llegan a la actual península Huemul y comienzan la reconstrucción: Hicieron casas, una iglesia, una biblioteca, corrales para las vacas y sembrados de trigo, avena y frutales- como manzanos-, además de organizar un correo y hasta una “escuela” para enseñar el idioma español a las comunidades Poyas y Puelches. La Misión llego a tener 200 habitantes permanentes. Escribe Yayo de Mendieta.

 

El 20 de enero de 1704 llegaba a la Misión “Naguelhuapi” -nombre original en los documentos del siglo XVI– el Padre Juan José Guillelmo, conocido compañero de viaje desde Europa, quien remplazó al ausente Padre Sessa, que se recuperaba de una enfermedad en la misión de Chiloé. La Misión era asistida por el Gobernador Aulestía, quien insistía en mantener la Misión pese al alto riesgo que corrían los sacerdotes asignados.

El Padre De La Laguna a los dos días de llegado su compañero misionero, regresó a Chiloé para buscar “operarios, herramientas y otros objetos, para trabajar en la Iglesia y una casa”. El camino a través de la Cordillera, no le fue nada fácil, según recuerda en sus escritos1, donde puede leerse “anduve las montañas a pie, por que no se puede de otra suerte, y el camino tan malo, que no tengo yo palabras para explicarlo. Llegando ya a la cumbre tuvieron estos nuevos catecúmenos compasión con mi debilidad, y al verme los pies algo lastimados, me obligaron a calzarme zapatillas de cuero de vaca crudo que traían hechos para mí.(…) que entrando en el primer río se me mojaron, y lastimóseme una pierna, de suerte que lo restante del camino anduve como arrastrándome, sintiendo en todo momento mucha pena y trabajo. Pero todo lo vence la caridad de Dios y el deseo de ganar almas. Por fin llegué sano y salvo a Nahuel Huapi con algunos carpinteros luego dimos principio a una pequeña casa que en tres semanas estuvo acabada”.

1- Los jesuitas escribían todos los días sus experiencias, aunque tenían correspondencia en períodos fijos: debían escribir semanalmente a su provincial y éstos con la misma frecuencia al Padre General. Mensualmente los superiores de cada casa escribían al General y cada cuatro meses cada Residencia y Colegio enviaría una relación de su actividad apostólica. (Archivum Romanum Societatis Iesu – ARSI )

Terminada la iglesia y una precaria vivienda, fue rebautizada la Misión con el nombre de “Nuestra Señora de los Pehuenches y Puelches”, dejando al padre Guillelmo al frente de la Misión, para regresar a Valdivia a pedido del gobernador don Manuel Autefrá. Poco más de un mes después, regresó nuevamente a la Patagonia argentina.

Los nuevos jesuitas desarrollaron una gran tarea, que fue reconocida por las mismas tribus con quienes mejoró la convivencia.

En 1706 un conflicto se sucede en la Misión del Nahuelhuapi entre los misioneros jesuitas y los poyas y pehuenches de la zona. La sorpresiva aparición de una epidemia de disentería entre los indígenas profundiza la competencia entre los misioneros y las “machis” (curanderas-profetisas). Según éstas, la epidemia era causada por la “señora española”, es decir la imagen de la Virgen María.

Los padres les explicaban que el origen de la enfermedad podía surgir del exceso de “chicha” o de cualquier otra causa natural. Los poyas, sin embargo, consideraban a la “chahuelli” como originante de la enfermedad. Una causa oculta y desconocida que no se sabía de donde proveía, ni qué lo causaba, entraba en los cuerpos, y en poco tiempo, producía la muerte. El hecho de no contar con ningún método, o conocimiento científico, impedía a los indígenas comprender el origen de las pestes2, que periódicamente, los afectaban.

2 – El Padre Nicolás Mascardi fue testigo, en 1658, de una epidemia de viruela entre los mapuches. En 1670, estando a cargo de la Misión Nahuelhuapi, se desata otra epidemia, según recuerda:”…una peste de viruelas que cundió por aquellas tribus, haciendo entre las mismas grandes estragos…”. La mortandad, en cada epidemia, significaba un porcentaje cercano a la mitad de la población afectada.

Cuatro años después de su arribo a la Misión, en octubre del año 1707, el Padre Felipe De La Laguna fue convocado a Penco para una reunión por motivos referentes a la Misión. Acompañado por cuatro personas – tres indios chilotes y el alférez Lorenzo de Molina – durante el recorrido por el sendero que une los dos países a través de la Cordillera, llegan a las tierras del cacique Callihuaca (toro solo), donde por su muerte gobernaba el cacique Tedihuen. Éste le ofreció como gesto de amistad un vaso de chicha (bebida típica de los indios).

El Padre sintió los efectos del envenenamiento “comenzó a sentir un gran dolor de cabeza, que llegando a Ruca Choroy (casa de los loros) su estado se había agravado, y no pudo proseguir su viaje. Acogióse a un toldo, recostóse en su cama, es decir, sobre un cuero de vaca, y estuvo tres días con ardiente calentura, que sufrió con admirable paz y sosiego, ocupando solamente en el trato íntimo con Dios. Viendo a sus compañeros que lloraban les preguntó: ¿por qué llorais?. Y al oír que lloraban por verlo morir en aquel desamparo: “consoláos – les dijo – que así murió San Francisco Javier”.

Falleció el día 29 de octubre de 1707, después de grandes sufrimientos, en las cumbres de la Cordillera.

El alférez Lorenzo de Molina, sepultó al misionero, segundo mártir de la conquista espiritual del Nahuel Huapi en ese mismo lugar y regresó a la Misión, para dar la mala noticia.

No pudo establecerse el motivo certero de su enfermedad, pero se presume que fue envenenado por los indios que desconfiaban de la verdadera tarea evangelizadora; el Padre Francisco Ernrich lo describe: “de cuerpo robusto, excelente salud, acostumbrado a los sacrificios, y a la “chicha” que bebía en convite de cortesía”. El método de muerte por envenenamiento, surge a través de la historia en repetidas ocasiones.

El Padre Juan José Guillelmo había nacido en Tempio, reino de Cerdeña, el 12 de septiembre de 1672; de origen humilde, tuvo un dura infancia al quedar huérfano a los catorce años, edad en que murió su madre

Catedrático de Filosofía durante su estadía en Santiago, fue luego transferido en 1702 a la Misión de Culé junto al Padre Nicolás Kleffer, el cuál había nacido en Luxemburgo.

Finalmente, debido a su insistencia, le es concedido el permiso para hacerse cargo de la Misión más peligrosa de la época

Guillelmo era un especialista en lenguas, como queda demostrado en el libro que escribió para los naturales del Perú y Nahuel Huapi: ”Gramática y Diccionario en lengua de los Puelches y Poyas”. Guillelmo resultó un alumno avanzado de Alejo Loyola, autor ampliamente celebrado por Carballo, franciscano como el anterior; ejerció funciones como Rector del Colegio de Estudios de San Diego de Alcalá. Fue también el autor de tres elegías latinas, las cuales fueron editadas en Lima en 1709. Escribió en el retiro de su Misión a saber: un tomo grande que tituló “Náutica moral”, y un tratado de “Probabilite”.

En la soledad de la Misión de Naguelhuapi mantuvo su tarea evangelizadora durante siete años más. En una lenta pero inmensa labor humanitaria, los jesuitas van conquistando la voluntad de los indios, muchos de los cuales niños y adultos, recibieron el sacramento y algunos en su muerte dieron testimonio de su cristiana aceptación. La caridad y su inagotable benevolencia fueron las cualidades que los acercaron a los indígenas, pues los indios mantenían su costumbre de abandonar, en los alrededores de las tolderías, a los enfermos a los efectos de evitar contagios. Los Padres, con justa razón, les reprochaban este inhumano comportamiento, recogiendo a los enfermos y atendiéndolos hasta que sanaban.

Los Poyas y Puelches fueron las comunidades indígenas más favorecidas por el accionar de los misioneros. Todos los domingos se celebraba la Santa Misa, doctrina y otras prácticas religiosas.

La población de la Misión “Naguelhuapi” llegó a tener en su plenitud un población de unas 200 personas.

Según documentos de la época, consta “doce veces cruzó la cordillera, y las más por aquel largo y penoso camino de la laguna de Todos los Santos y el río Peulla, e hizo innumerables viajes menores para asistir a los enfermos; porque viviendo persuadido de que esta era casi la única ocasión oportuna para lograr la salvación de aquellas almas, no bien sabía la enfermedad de algún indio, cuando volaba a su toldo para asistirlo, doctrinarlo y bautizarlo, o confesarlo si ya era cristiano, después de haberlo dispuesto convenientemente. Siendo muy difícil conseguir una conversación verdadera con un moribundo, que de antemano no tuviese alguna noticia de los misterios de nuestra religión santa, procuraba hablarle de ella cuando sanos, discurriendo de toldería en toldería, y visitando las diversas parcialidades, y aún en la naciones distantes, a pesar de ser pronto bien poco el fruto de su trabajo”

Fue entonces, cuando cometió un error que le costaría la vida. Se propuso redescubrir el camino de Vuriloche3. Sabía de los relatos por expedicionarios que existía un sendero directo para ir hasta Chiloé por tierra, evitando tener que cruzar los lagos Nahuel Huapi y Todos los Santos, los terrenos pantanosos de Peulla al mar y tener que vadear muchas veces este río en su recorrido.

3 – Vuriloche: si bien su etimología es aún hoy día controvertida se puede adoptar la siguiente: iloche:”come gente, caribe” y vuri: “detrás de esta”(vuri: espalda, atrás, a escondidas). Esta traducción hace hincapié en la existencia de una belicosa tribu que habría habitado en el flanco sur del Tronador y que gozaba de la terrible fama de ser antropófaga.

Estando en Castro (Chile) un viejo soldado le comenta que él le puede indicar el camino para redescubrir el paso olvidado, si bien no lo podría acompañar por su avanzada edad, podía darle datos concretos para poder ubicarlo entre las altas cumbres cordilleranas. Este sendero se encontraba oculto por más de cuarenta años, y por él se podía cruzar la cordillera en solo tres días, mientras que por los otros caminos alternativos se tardaba de siete a diez días. Según las crónicas de la época, este paso, los indígenaslo mantenían como un secreto válido para el cruce rápido del cordón montañoso, y querían evitar que los españoles utilizaran tal atajo en sus expediciones y “malocas4” hacia esta tierra, donde realizaban esporádicas exploraciones en busca de indios que tomaban prisioneros y los vendían como esclavos, o los utilizaban en trabajos pesados para su provecho.

4 – Estas “malocas” era constantes contra las poblaciones de los indígenas. Según Carvallo:”… el comandante Alonso de Córdoba y Figueroa hizo con autorización del Gobernador Juan Henriquez, en cinco años treinta correrías y cautivó 14.000 personas, de las que tocaron 800 al mismo Gobernador como su parte”.

De acuerdo a las indicaciones del anciano ex-soldado, este camino pasaba por unos baños termales. Tomando como base este importante dato, emprende una nueva expedición en dos frentes. Una expedición parte desde Chile por Ralún y la otra desde Argentina por el lado de los baños. Pese a los grandes inconvenientes en el lento avance por lo difícil del camino, el sendero estaba siendo redescubierto.

Al Padre Gaspar López, se le había ordenado colaborar con la Misión otorgándosele un total de dos mil pesos anuales. Este misionero se había integrado a la obra del Padre Guillelmo. Terminado su cometido el Padre López regresa a Chile, pero sorprendido por grandes fríos al cruzar la Cordillera contrae pulmonía, falleciendo poco después en Santiago de Chile.

Regresando al Padre Guillelmo, el 15 de diciembre de 1715, habiendo transcurrido casi cuatro años desde el primer fallido intento, logró encontrar el camino tan buscado, y se sentía eufórico por los buenos servicios que prestaría haber encontrado un atajo que en sólo tres días permitiría el cruce de las cordillera andina.

Durante 1715, el Padre Manuel de Hoyo fue nombrado superior de la Misión Nahuelhuapi, puesto que mantuvo durante dos años. Más tarde fue designado como Rector del Colegio de Castro. Estando el jesuita camino a Chiloé, un gran incendio destruye la iglesia, viviendas de los Padres y los ranchos de los criados. Esto no amainó la fuerte voluntad de Padre Manuel de Hoyo, que en casi dos años, recurriendo a distintos medios, consiguió reconstruir las precarias instalaciones arrasadas por el fuego, dotó de recursos extraordinarios: “con 2000 pesos anuales y un socorro de 500 tablas de alerce mientras duraran la construcción de los nuevos edificios”. Este incendio fue considerado por los mismos sacerdotes como intencional y atribuido a los indios puelches que se resistían a este sistema de evangelización de sus comunidades.

Pero, regresando al descubrimiento del sendero, los indios tomaron este hecho como una mala señal, pues temían que por dicho camino los españoles reanudaran las “malocas” y decidieron que debían terminar con el peligro de hacer conocido este paso.

El 14 de marzo de 1716, el Padre fue a visitar a un enfermo en la aldea del cacique Mancuhunai, uno de los caciques con más autoridad en la zona del Nahuel Huapi. Estos le convidaron la clásica bebida “chicha” en un gesto de amistad. Sin embargo este convite carecía de buenas intenciones.

El Padre Guillermo, enfermó y falleció en tres días (coincidiendo los síntomas sufridos por el Padre De La Laguna). Su muerte, lenta y dolorosa, se produjo el 17 de marzo de 1716.

De acuerdo con su última voluntad, el misionero fue enterrado junto a la iglesia. De inmediato salió un parte a Chiloé comunicando la noticia de su asesinato.

La Misión continuó con su tarea, gracias a la llegada del Padre Francisco de Elguea, quien proveniente de Chile reanudó, una vez más, la noble tarea. Fue el sacerdote Manuel de Hoyo, quien administraba desde la Misión de Chile los destinos de tan lejano y violento paraje, y designó a dos jesuitas para volver a la Argentina. Pero antes de iniciar el camino, el misionero que había sido designado Superior de la Misión Nahuel Huapi, el Padre José Portel, enfermó gravemente, razón por la cual llegó en soledad a hacerse cargo de la Misión, el Padre Francisco de Elguea.

Al comienzo la relación cursó por calles normales, reinando la desconfianza entre las partes por los hechos trágicos que precedían a sus anteriores jesuitas.

Un hecho dio por finalizada la vida de la Misión Nahuel Huapi. En una oportunidad al regresar de cacería con muy poca fortuna, un grupo de indios hostiles le reclamaron al Padre que compartiera el ganado que pertenecía a la Misión. Pero el jesuita se negó al pedido casi intimatorio de los aborígenes.

Así puede leerse5: “a los pocos días de su llegada se le presentaron los indios, pidiéndoles les diese vacas para carnear. Él se excusó diciendo que no podía disponer de los bienes de la casa, por no ser superior de ella; que aguardasen a éste, pues luego habría de llegar y dispondría como hallase por conveniente. Repitiendo aquellos sus instancias, les advirtió con moderados términos que las vacas eran el sostén de los Padres, de las personas de su servicio, y demás dependientes de la Misión, como los niños y niñas que se educaban en ella; que si se les daban, no tendrían con que mantenerse en adelante; por no saber ir a cazar como ellos, ni poder hacerlos entrar en razón, porque no lo pudo conseguir de modo alguno. Estos cesaron de rogarle, más no por desistir en su demanda. Se retiraron, mas no para ir al monte a buscar su acostumbrado sustento, sino para ir a combinar su plan de destrucción y barbarie. Partiéronse, en efecto, sumamente enojados, diciendo con enfado y altanería:”si los Padres, no nos dan lo que necesitamos,¿ de que nos sirven? ¿ para que los queremos en nuestras tierras, si no nos dan de comer? ¿ para que nos prediquen que no nos emborrachemos, que no tengamos más que una mujer, y otras cosas que nada nos sirven para remediar nuestras necesidades?”.

5 – Según los documentos del historiador, el Padre Francisco Enrich. “La Historia de la Compañía de Jesús en Chile”. II Tomos. 1891.

Enseguida convocaron una gran junta, en las que se repitieron estas y mil querellas y desafueros. Asistió a ella el malvado cacique Lebiluan, aquel que se presumía que había envenenado al Padre De La Laguna y a otro Padre, y claro está que un conciliábulo, presidido por este asesino sacrílego, no se contentaría con declarar el pillaje, sino también la destrucción completa de la Misión y la muerte de su misionero. Tramada la conjuración, el cacique Manquihuanai llamó a su casa a un joven inglés católico que los Padres tenían en su servicio, arrogante mozo, enteramente decidido por ellos, por lo cual no se atrevieron a acometer la Misión, sin deshacerse primero de él”.

Luego prosigue: “…al primer llamamiento fue el cándido joven a casa del cacique, donde fue muerto a bolazos6 y flechazos, y corriendo enseguida sus asesinos a la de los misioneros, asesinaron con las mismas bolas y flechas al Padre Francisco de Elguea, y a un indio chilote con su mujer, y además se llevaron cautivos porción de indiecitos e indiecitas, que los Padres habían rescatado del cautiverio, y los criaban cristianamente en la Misión, a fin de que siendo adultos tomasen estado entre sí, según las prescripciones de la iglesia, y formasen en ella un verdadero pueblo”.

“No mataron a los demás sirvientes, por haberse partido a Concepción, acompañando al Padre que provisoriamente había estado allí de superior, y llevando las frazadas y otros géneros, que habían trabajado los indios, industriados por los misioneros, para que vendidas en aquella plaza, a cuenta de los neófitos, pudieran traerles de vuelta los afectos que les hacían falta. Enseguida saquearon completamente la iglesia y casa, sin perdonar cosa alguna, excepto la hermosa imagen de María Santísima, que sacaron a orillas de la laguna, y despojándola de sus ricos y vistosos vestidos, la dejaron cubierta con un cuero de caballo. Para colmo de tan sacrílegos atentados, prendieron fuego a los edificios, que ardieron completamente, y con ellos el cuerpo del Padre Elguea”.

6 – Se refiere a tres bolas como del peso de una libra, atadas por separado a tres tiras de cordel o cuero, cuyos cabos opuestos se juntan entre sí. Tienen, como se ve, forma de ramo, y con ellas, tiradas a conveniente distancia, enlazaban las patas de los caballos o se pelean entre sí. Llamadas comúnmente “boleadoras”.

Esto aconteció el 14 de noviembre de 1717.

Este desgraciado suceso acaeció en el interinato del gobernador José de la Concha, quien no tomó providencia ninguna para escarmentar a los Poyas, ni tampoco la tomó luego el gobernador propietario Gabriel Cano y Aponte”.

Resulta conveniente resaltar el hecho mencionado que, pese a la violencia y total destrucción – por temor o supersticiones – la imagen de la “Virgen de Loretto” (denominada por los indios como “la chiñura” o la “Señora Española”) no fue atacada, quedando intacta, como único testigo de la masacre ejecutada.

FOTO: La imagen original se encuentra actualmente en la Iglesia de Achao, isla de Chiloé,

Después la encontró la expedición que salió en 1718 desde Calbuco (Chiloé) a Nahuelhuapi, con el Padre Arnoldo Jaspers y al mando del Sargento Mayor don Martín de Uribe, compuesta de 46 soldados y 86 indios. Este militar a cargo, escribe: “indios de aquella Misión habían quemado y destruido la iglesia que tenían los padres misioneros, y arrojado las sagradas imágenes y el suplicante (a la encomienda de Chelín y Quilquico, es decir Uribe) penetrando diferentes riesgos encontró la milagrosa imagen de “Nuestra Señora de Loreto”, que estaba escondida entre unos pellejos y la trajo a los padres de la Compañía, en una de cuyas iglesias se venera actualmente…(1724)”.

En el lugar, sólo se encontraron las cenizas como restos de las construcciones, y el cadáver carbonizado del misionero, quien tenía entre sus dedos un crucifico, y en la otra mano la imagen de la Virgen.

Es a partir de entonces, que el sacerdote Director de las Misiones del Sur de Chile Manuel de Hoyo, tomó la decisión de suspender el envío de jesuitas que continuaran con la tarea, y los restos de la Misión quedaron como pruebas del esfuerzo realizado en la evangelización de las solitarias y peligrosas tierras boscosas.

Yayo de Mendieta

De su libro “La Misión Nahuelhuapi 1670 – 1717” (2004)

Villa la Angostura 

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