Sr. Director:
Las violencias, en todo su abanico, son propias de la condición humana, desde tiempos remotos, bíblicos; y sin distinción de género, aunque esta prédica colisione con las mandas que se observan en la política actual tendiente a la promoción de los derechos de la mujer, en algunas veces denostando la figura del varón con coloridas doctrinas y marchas de empoderamiento, pregonándose que el patriarcado es violento.
Días atrás se conoció el veredicto en la causa del infanticidio del pequeño Lucio Dupuy -técnicamente, un homicidio agravado por el vínculo, con ensañamiento y alevosía en concurso con abuso sexual calificado-; hecho terrible como pocos en la historia criminal argentina.
El desenlace fatal fuera precedido por violación y torturas, cometidos en su materialidad ilícita por dos mujeres abyectas; y en su permisividad institucional, por una jueza también despreciable con la misma intensidad que las asesinas del menor.
La progenitora y su pareja, mediante golpes, dieran muerte a la criatura indefensa, causándole hemorragias internas, no sin antes haberla ultrajado; habiéndose ejercido estas violencias -física y sexual- como corolario del aval jurisdiccional que tuvieron estas empoderadas por un sistema disfuncional de administrar justicia que hizo metástasis en el fanatismo de la ideología de género que se replica ya, con alarma, en varios rincones de la estructura judicial.
Este hecho aberrante, aunque parezca increíble -o ya no tanto, como veremos más abajo- contó con el aval judicial de una empoderadora de mujeres, la jueza pampeana Ana Clara Pérez Ballester; magistrada de bandería feminista que, a pesar de tener distintas evidencias en el expediente que aconsejaban a gritos quitarle la tenencia a la madre, en tanto propiciaban factibilidad de extrema virulencia hacia el infante, prefirió pasar por alto estos indicadores, y, sin otros estudios complementarios, decidió dejar al niño al cuidado de dos mujeres que obraran de verdugos, sellando así su sentencia de muerte.
Los múltiples pedidos del papá para ejercitar la tenencia y cuidado del menor no fueron escuchados por la jueza del fuero de familia, rechazándose por su condición de varón; optándose por el empoderamiento de la figura femenina y la diversidad, aplicando perspectiva de género al caso, y así dejando a la criatura de cinco años de edad al cuidado de dos asesinas que nada le pueden envidiar a los métodos de Carlos Eduardo Robledo Puch; ello, pese a los informes, indicios, exámenes médicos y testimonios que, claramente, anticipaban la tragedia.
Esta jueza caída en desgracia por su propia vocación de injusticia, que abrazara las banderas del feminismo totalizador que hoy la deja sola, ahora está inmóvil, tiesa y en pánico frente al abismo al cual caerá en solitario, soltada de la mano por sus otroras compañeras de lucha, fanáticas del matriarcado que pujan por instalar culturalmente; huyendo despavoridas por la mala prensa a sus campañas de promoción igualitaria, de confronte a las consecuencias jurídicas, legislativas, políticas y culturales que puede tener -y tendrá, seguramente- tan errada decisión judicial de darle a dos personas de características inhumanas, de rasgos más bien bestiales, el cuidado del infante al cual hasta le cortaron los genitales a mordeduras y lo torturaron con quemaduras de cigarros, causando asombro al médico legista que realizara la autopsia, quien, en treinta años de carrera, dijo jamás haber visto algo así.
El mal desempeño de la magistrada e incumplimiento de los deberes de su función, junto a sus auxiliares partícipes, se luce palmario, y anticipa la necesaria destitución al cargo que con toda razón clama la gente; e imperativa apertura de investigaciones penales frente a tan inútil y peligroso ejercicio de la judicatura.
Por estos lados patagónicos, lejos de Santa Rosa, ciudad donde fueran juzgadas las dos matadoras que a partir de ahora cargarán rejas a perpetuidad por tan incalificable ignominia a la condición humana, ocurre algo de cierta forma parecido, aún sin las consecuencias letales que sufriera el indefenso niño que quiso vivir con su papá, y le fue negado tan elemental derecho a la vida, por intentarse el empoderamiento de dos mujeres sobre las cuales se me hace difícil encontrar adecuada adjetivación que se mida par a la magnitud del crimen cometido.
Administrar justicia es tarea para pocos, para los más capacitados y mejores profesionales, para aquellos que honren el cargo que la sociedad les confía y den muestras, día a día, en cada fallo, en cada jornada, que son aptos para cumplir a rajatablas las directivas de ley Superior, sin contaminación del fanatismo de ideologías dañinas que pueden llevar a causar dolores inconmensurables a la gente que espera los mejores servicios del más delicado poder del estado.
Hay que limpiar el sistema judicial; y con aplausos recibo la noticia de jury que se promoverá a la jueza cómplice del asesinato, haciendo votos por su pronta destitución.-
Abog. Cristian Hugo Pettorosso
Matr. 2248, C.A.P.N; T°XLVIII, F°208, C.A.L.P; T°600, F°816, C.F.A.L.P.; Tº97, Fº387, C.P.A.C.F.
Villa la Angostura