En primera persona: Así se vivía en la Misión jesuítica “Nahuelguapi” a orillas del Nahuel Huapi en 1704

Mapa dibujado por los mismos jesuitas de su primera visita a región del Nahuel Huapi, donde se destaca la gran cantidad de guanacos y choiques que era su principal fuente de alimentación.

Si bien la misión fue fundada por el jesuita Nicolás Mascardi 1671, al ser asesinado en 1674, recién en la segunda etapa tomó todo su esplendor: las cartas del padre Felipe de la Laguna describen las plantaciones de trigo y cebada, además de las plantaciones de manzanares, corrales para los animales, una precaria iglesia, casas por los Puelches y Poyas además de una pequeña biblioteca con 300 libros originales traídos de Europa. Escribe Yayo de Mendieta.

En 1671 el jesuita Nicolás Mascardi llegó por primera vez a las costas de la actual Península Huemul -actual provincia de Neuquén- donde se encontraba asentado el grupo de Poyas donde la esposa del cacique -“Huenguelen” (estrella) pero que se hacía llamar “La Reina”, recuperó su libertad tras estar 4 años presa junto a un grupo de integrantes de su comunidad en el Fuerte de Calbuco, la fortificación española más importante del sur de Chile.

Pero el asesinato en 1674 de Nicolás Mascardi hizo caer en el abandono la Misión jesuítica, y recién en 1702 Felipe de la Laguna y Juan José Guillelmo volvieron  desde Achao para poner en valor y recuperar esta construcción, la única de las 14 del “Reyno de Chili” que se encontraba de este lado de la Cordillera de los Andes.

No sin poco esfuerzo Juan José Guillelmo y Felipe de la Laguna comenzaron el lento camino para tratar de refundar la misión jesuítica que contaba con un primer gran problema, los Poyas vivían en la actual zona de la Península Huemul, pero los Puelches estaba desde el otro lado del “Desaguadero” (hoy río Limay) y ninguna de las dos comunidades querían vivir en comunidad en forma conjunta porque ambas eran celosas del territorio que ocupaban “desde el uso mismo de la memoria”, justificaba uno de los caciques a los jesuitas.

Los primeros avances como pueblo entre Poyas y Puelches

E Padre José Manuel Sessa fue designado en 1702 para ser el compañero del Padre Felipe de la Laguna, pero contrae una enfermedad camino a la Misión y es derivado al Colegio de Castro para su recuperación. Esta es la causa por la cual el jesuita de Felipe de la Laguna llegó en soledad a orillas del Nahuel Huapi.

En 1704 llega el padre Juan José Guillelmo y el mismo escribe de puño y letra “fuimos bien recibidos por los Poyas y nos  permitieron quedar a vivir en su inclemente País”

Los escritos detallan “más por disfrutar el agasajo de los Padres que por deseo de convertirse a la Fe. Es indecible cuanto padecieron los primeros años, porque en algunos meses en tierra tan sumamente fría no tuvieron casa donde albergarse, porque ninguno de los Puelches se movió a cortar un palo para formar una ramada siquiera, ni se comidió a ayudarles en cualquiera otra cosa de las más precisas, y se empezaron muy a los principios a portar tan esquivos con ambos Misioneros, que después de muy agasajados de estos, les parecía en hacer mucho en no quitarles las vidas y dejarles vivir en sus tierras. Viendo aquel despego, y que ni con caricias, ni con dadivas podían ablandar sus empedernidos corazones, cuanto más ganarle la voluntad”

Las “casas” y la primera precaria iglesia

Fue así como “les fue preciso -a los jesuitas- a recurrir a la Isla de Chiloé de donde llevaron consigo algunos Indios Cristianos para que les ayudase a hacer algunas chozas, en cuyo abrigo se reparasen de fríos tan excesivos. Ejecutóse así, y levantóse la choza, pero tan desacomodada para el fin pretendido, que quedaron poco menos mal parados, que si vivieran a Cielo descubierto: pues fuera del techo, que compusieron algo más fuerte los peones venidos de Chiloé, las paredes eran solo unas ramas tan desunidas entre sí, que entraban por todas partes aquel viento frigidísimo, con que se deja considerar fácilmente cuanto padecían. No sufrían menos trabajo en lo que toca el mantenimiento porque la comida, que llevaron de Chile se consumió presto en sustentar a los peones que llevaron para hacer una Iglesia en Nahuelhuapi, y la que después se conducía desde Chiloé no podía ser suficiente, porque se había de cargar a hombros de los Indios y no podía ser mucha por esta razón”.

Foto: Imagen sobre el informe realizado en 1704 de la complicada situación de la Misión “Nahuelhuapi”, y de las sacrificadas tareas en solitario que realizan los misioneros.

“De aquí era, que lo más del tiempo no tenían pan que comer, y el vino apenas alcanzaba para celebrar, los demás alimentos no había donde comprarlos, pues siendo así, que los Indios estimaban muchísimo un cuchillo les sucedió a los Padres ofrecerles uno por un plato de harina de cebada, y no poder conseguir, que se le diesen en ocasión, que se hallaban bien acosados del hambre. Para apagarla les era necesario comer como los bárbaros: caballos y mulas, y este fue su ordinario alimento hasta que pudieron comprar y conducir algunas vacas para tener, que dar a los Indios, y mantenerse ellos mismos, y comían esa carne cocida con solo agua, o asada sin otro condimento, de manera, que cuando se servía tal vez a la mesa una tortilla de harina de cebada, o algunas legumbres, o comían con las carnes algunas papas era extraordinario regalo y propio de un día de Pascua”.

El ingreso de las vacas y ovejas 

Es aquí donde se menciona la incorporación -por primera vez- mediante la gestión personal del Padre Guillelmo de ganado vacuno a la Misión. Según el mismo jesuita “adquirió algunas vacas las cuales eran provenientes de lejanas pampas”. De inmediato “les explicó en el terreno los rudimentos elementales” y que hoy nos parecen inverosímiles.

Estos animales se adaptaron rápidamente a las inclemencias del clima invernal, superando la mala experiencia vivida anteriormente al querer incorporar ovejas que no alcanzaron a cumplir un año en los corrales de la Misión.

Dentro de las costumbres que encontramos en esta etapa de la Misión observamos a  una bebida conocida como pulcu mudai o chicha de maíz. Si bien era reprimido por las Padres el hecho de preparar la chicha, de igual manera continuaban con esta costumbre  aquellas comunidades Poyas y Puelches que no vivían el Reducción. Así detalla el documento que: “cuando han de hacer mucha chicha para una gran fiesta en la comunidad, se juntan de noche las mujeres, y puestas en rueda con sus piedras de moler están toda la noche cantando, en un cantar muy gracioso, en que van haciendo los tonos al compás del movimiento del moler. Las viejas y los niños que no tiene fuerza para moler (y que pide mucha fuerza) trabajan en hacer levadura, que la hacen de la harina que van moliendo, mascándola y echándola en un cántaro.(…), esta levadura y la harina molidas las hechas en unas pailas muy grandes que están al fuego con agua, y esa es la chicha tomando punto, la cual, si se guarda muchos días, se aceda y está fortísima como un vinagre fuerte. Y esa les suele saber mejor, que dicen que es como un vino añejo”.

Foto: El padre Felipe de la Laguna fue quien les enseñó a leer y escribir, en el momento en que la población de la misión jesuítica. En su esplendor llegó a tener unos 200 habitantes. 

Las borracheras producían por estas bebidas (tanto la chicha de manzana, como la de maíz, en menor medida), solían durar por dos o tres días y darles grandes dolores de cabeza a los jesuitas que trataban de calmar a los puelches disidentes quienes, alcoholizados, se descontrolaban en peligrosas acciones violentas.

Las pestes que trajeron los blancos

En 1706 un conflicto se sucede en la Misión entre los misioneros y los indígenas de la región del Nahuel Huapi. La sorpresiva aparición de una epidemia de disentería entre los indígenas profundiza la competencia entre los misioneros y las “machis”. Según éstas, la epidemia era causada por la “señora española”, es decir la imagen de la Virgen María entronada en la Capilla de la Reducción. Los padres les explicaban que el origen de la enfermedad podía surgir del exceso de “chicha” o de cualquier otra causa natural. Los Poyas, sin embargo, consideraban a la “chauelli” como originante de la enfermedad. Una causa oculta y desconocida que no se sabía de donde proveía, ni que lo causaba, entraba en los cuerpos, y en poco tiempo, producía la muerte. El hecho de no contar con ningún método, o conocimiento científico, impedía a los indígenas comprender el origen de las pestes que, periódicamente los afectaban.

Fu entonces cuando el Padre Felipe de la Laguna pasaría a engrosar la lista de mártires que dejaron su sangre en la sacrificada Misión Nahuelhuapi”.

El envenenamiento del padre Felipe de la Laguna

Los primeros días del mes de octubre de 1707 llegó un mensajero para comunicarle que era convocado a Penco para una reunión, por diversos motivos referentes a la Misión. Acompañado por cuatro personas -tres indios chilotes y el alférez Lorenzo de Molina, también de Chiloé–  parte el Padre de la Misión el 22 de octubre y en su camino: “…llega hasta las tierras del Cacique Gedihuen, que es lo que llaman Collihuaca (toro solo) i donde estuvo el Padre José de Zúñiga, que por muerte de Collihuaca gobernaba su hermano Gedihuen.”

Fue en ese encuentro –miércoles 26 de octubre- cuando el Cacique le convido chicha ,en un falso gesto de cortesía, y el sacerdote aceptó confiado. Los Padres, se recuerda, nunca esperaban que tomara primero quien convidaba (modo de asegurarse que no este envenenado) pues ellos aducían que “generaba desconfianza entre las partes”.

Lo que sucedió horas después lo recuerda el Padre Miguel de Olivares quien escribe: “…i desde allí empezó a sentir un poco de dolor de cabeza, i prosiguió su viaje hasta las montañas de Rucachoroi (casa de loros), que es la raya de las Provincias que llaman Pehuenches. En ese paraje, un jueves por la mañana, advirtió que aquel leve amargo pasaba a realidad de grave dolencia, i así con prontitud dijo misa con ternísima devoción, como quien ya sabía que era la última, y luego se recostó en su cama que siempre había sido un cuero de vaca desde que entró en esta misión, que solo añadía en casa unos cueros de carnero. Manifestóse el mal con una fiebre maligna que fue bastante a deshacer la tela de todos sus buenos designios, i aquel animo que todo lo emprendía, no tuvo más casa en que recogerse que una pequeña toldeta de campaña, en donde estuvo los tres días de su enfermedad con admirable paz i silencio que le causaba la ocupación interior i amorosa con que estaba todo puesto en Dios. De suerte que cuando alguno le iba a ver, le despedía diciendo: “Dejadme hablar con Dios, que ya llegó el termino de mis días”.

Continúa el relato especificando que: “acompañaban al Padre, el alférez Lorenzo de Molina, de Chiloé, con otros tres indios chilotes, de quien se supo todo lo que en este lance pasó. Como le viesen en aquel desamparo sin tener asistencia que su persona merecía, i que apenas tenía que comer, sino un poco de carne sin pan, comenzaron a llorar. Preguntándoles la causa, respondieron que no podían menos, viéndole morir en campaña con falta de todo lo necesario, imposibilitados ellos para buscarle alivio por el mucho amor que le tenían. A esto respondió el Padre: “No lloreis, hijos, por esta causa, pues yo muero mui consolado en este desamparo, porque así murió San Francisco Javier, cuya vida he procurado seguir cuanto he podido. I ahora me huelgo que Dios me haya constituido en estos desiertos, i que me concede el morir destituido de todo consuelo humano. Dios me consuela, hijos, i me llama para sí, no me tengais por desdichado: vosotros sois los infelices que quedais en este mundo lleno de trabajos, que a mi me llama i convida para el cielo”.

Sus últimos momentos, plenos de serenidad y nobleza, quedaron documentados: ”hasta que el sábado 29 de octubre, en que a las tres de la mañana pidió a un indio que le asista una vela de cera, i teniéndola con la mano i en la otra el santo Cristo, invocando a su Señor i a su Santísima Madre, con un rostro apacible i sereno dio en las manos de su Creador su dichosa alma”.

El Padre Felipe de la Laguna, descansa, aún hoy, en ese mismo sitio de la imponente cordillera andina, pues ”le enterraron en el mismo lugar donde pusieron una cruz, i dieron la vuelta a la Misión a dar parte de este inopinado suceso; que la prisa con que le arrebató el mal, nos da también indicios de que el achaque fue causado de algún oculto veneno”.

Yayo de Mendieta

De su libro “La Misión Nahueluapi 1760-1717 (2002)

  • Textos de las cartas originales recuperados por el autor de la nota en su investigación en los archivos y la biblioteca de la Compañía de Jesús, Roma, Italia y del Archivo Histórico de Chiloé (Chile)

Video resumen de la historia

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